aprender mindfulness

4 cosas que he aprendido con mindfulness en mi día a día

Mindfulness como una actitud ante la vida.

Esa es la idea que trato de transmitir desde este blog y desde mis redes sociales, especialmente la página de Facebook ViviendoMindful  (¿cómo? ¿qué aún no la conoces? Entra y síguela si quieres recibir información muy valiosa sobre cómo llevar una vida mindful).

Con todo lo que puedes leer y aprender de mindfulness, me voy a quedar con algunos aspectos sencillos que he ido adquiriendo casi sin darme cuenta. Cada vez que escucho a uno de mis maestros y profesores, cada vez que leo algo sobre vivir de manera más consciente y atenta, una semilla se planta en mi mente y va creciendo lenta pero ininterrumpidamente.

El significado de mindfulness y lo que implica puede llevar a error. Por que, ¿qué significa exactamente vivir más conscientemente o con atención plena?. Esa ambigüedad en la definición contribuye a la grandísima variedad de interpretaciones. ¡Es increíble cómo el ser humano puede complicar hasta lo más sencillo!.

Con sencillez te digo que aprender a ser consciente no se trata tanto de adquirir nuevas habilidades (y agobiarse por querer saber y hacer más y más), como de dejar ir las cosas que se interponen en tu camino vital.

Vivir con mayor consciencia, significa aprender a distinguir las veces que vives centrando tu atención en todos los hábitos y creencias inútiles que entorpecen tu vida, y las que te centras en lo esencial.

Muchas de estas creencias están profundamente arraigadas en tu mente por herencia familiar, por imposición social, por costumbre o por tradición cultural. Es decir, que tu entorno es una parte fundamental en tu condicionamiento personal, social y cultural.

La atención plena te ayuda a reconocer estas creencias y a observar qué es lo que te fortalece como persona y qué es lo que te debilita.

De todo lo que he aprendido desde que empecé a practicar mindfulness, voy a destacar cuatro aspectos que se han ido incorporando a mi vida diaria casi sin darme cuenta de ello.

Cuando empecé una formación formal, buscaba armonía en mi vida, paz interior, eliminar el corre-corre diario, mayor bienestar, apagar el piloto automático que dirigía mi vida y ser yo la que la dirigiera de una forma consciente y activa.

Y esto es lo que ha pasado. Te lo resumo en

4 cambios fundamentales:

1. He cambiado el resultado por el proceso

Era uno de los consejos que nos daban en clase: no busques ningún resultado en la meditación. A menudo, cuando comenzamos a meditar, creemos que tenemos que relajarnos o que debemos vaciar la mente de pensamientos. Sin embargo, la meditación en la tradición de la atención plena no busca obtener ningún resultado en particular.

De hecho, ni siquiera importa qué sucede cuando meditas. Lo importante es que te des cuenta de qué es lo que está sucediendo cada momento, sea lo que sea. Si, por ejemplo, te distraes, lo importante es darte cuenta de la distracción y volver al foco de la meditación. Si tu mente vagabundea, sientes emociones incómodas, te da somnolencia…: todo está bien. La idea es simplemente crear conciencia sin juzgar (¡y con mucha amabilidad!). Por eso nunca digas que no sabes si meditas bien, porque no se medita ni bien ni mal. No hay éxito o fracaso en la meditación. Se medita. Punto.

En relación a esto, es importante darse cuenta de que jamás en un curso te dirán que mejores tu meditación. Sí, en cambio, te aconsejarán que profundices en ella. Es decir, se trata de conocer y profundizar en un proceso sin objetivo ninguno en los resultados.

Llevado a mi día a día, observo que es difícil encajar una idea así en un entorno social que nos tiene acostumbrados a hacer más y más para obtener un resultado X. No se trata de no ponernos unos objetivos (profesionales por ejemplo). Si no que, una vez dibujada la meta, ¿por qué no disfrutamos del proceso?. No siempre hay que sufrir para lograr las cosas. Planteémoslas de manera que solo el hecho de recorrer el camino sea en sí un objetivo. Porque ese camino es la vida. Con sus mejores y peores momentos, suelta y disfruta del proceso.

Si salgo a caminar para hacer ejercicio, el objetivo es hacer 6 km en una hora. Desde que doy el primer paso hasta que llego al último no voy sufriendo por si lo lograré ni me machaco diciéndome qué mal voy hoy, qué lenta soy, etc. Aprovecho para contemplar el camino, las flores, los edificios, la gente. Esa es la idea aplicada a cada aspecto de la vida.

Poco a poco, intenta dejar ir la orientación solo a resultados, evita perseguir el producto final de algo, y disminuye la velocidad de tus pasos; saborea el no saber. A partir de ahí, es más sencillo vivir con curiosidad e indagar en lo que está sucediendo ahora, en este momento. Eso es mindfulness en pocas palabras. Imagina lo increíble que sería la vida si le brindamos esa calidad de atención todo el tiempo.

2. He cambiado las metas por las intenciones

Sí, ya sé que en el párrafo anterior he hablado de objetivos. Que para muchos es similar a metas. Da igual, para este artículo, cómo lo llamemos porque lo que quiero explicar es la idea que subyace y la connotación que le damos.
Es bueno que nos pongamos objetivos o metas y que tengamos un plan, más o menos detallado, de lo que queremos hacer en un mes, en un año o para nuestra vida.

La diferencia es la rigidez del planteamiento. Da igual que lo llames objetivos, metas o que hagas una declaración de intenciones. El punto crítico es la rigidez o flexibilidad. Este tema surgió en los comentarios al post anterior sobre la revisión de objetivos y es importante aclararlo.

Hay personas que necesitan ponerse metas muy altas porque si solo tienen una intención, se relajan y acaban abandonando. Y hay personas (yo misma) que si tienen una meta muy rígida e inamovible, se colapsa y se agobia con pensamientos de no puedo, por qué apunté tan alto, etc. Por ello a mi me funciona la intención del objetivo y la intención de la meta. Troceo el gran objetivo en metas volantes para ir alcanzándolas una a una y poco a poco con el derecho a reajustar en las revisiones mensuales.

Dejo de agobiarme y de castigarme si no alcanzo un objetivo o no logro algo que me haya propuesto. Simplemente observo lo que ha ocurrido y con amabilidad corrijo.

Es como si el objetivo estuviera vinculado a un marco temporal fijo, mientras que la intención supone avanzar hacia algo importante que me he propuesto a un ritmo más natural y no forzado.

En mi caso, he descubierto que mi trabajo se desarrolla mejor cuando me mueve la intención. Siento como si se instalara sutilmente en mi mente y siempre tengo presente esa idea. Soltar la rigidez del trabajo por objetivos con un marco temporal fijo ha hecho que sea más productiva.

Se trata de cambiar el debo de y tengo que por el quiero y elijo.

3. He cambiado éxito por excelencia

La sociedad actual invita al éxito. Parece que siempre hay que tener éxito y que si no eres el que triunfa, eres un fracaso. Sin medias tintas.

Ahora comprendo que no quiero ser la mejor en nada y que el éxito lo mido yo.

No quiero ser la mejor. Quiero ser excelente en lo que haga, es decir, hacerlo lo mejor que pueda con mis habilidades y en mis circunstancias, aunque sea peor que otra persona. Buscar la excelencia es la motivación a hacer las cosas que me proponga cada día.

El éxito lo mido yo porque, al margen de lo que la sociedad diga midiendo en números (euros que ganas, títulos que tienes, premios que consigues…), internamente todos tenemos un medidor del propio éxito en función de nuestra satisfacción personal. Sabemos de dónde partimos, sabemos a dónde llegamos y conocemos el camino recorrido. ¿Quién mejor que nosotros para evaluarlo?.

A mis hijos les pregunto por su satisfacción por las notas del colegio. Puedo valorar mucho más una mala nota si sé que lo han hecho lo mejor que han podido, que una nota alta en algo que hacen con facilidad.

La excelencia la conseguimos con el esfuerzo y con la habilidad de saber utilizar nuestras cualidades de la mejor manera posible. Conseguirlo es un gran éxito.

¿Qué es el éxito para ti?

4. He cambiado control por aceptación

Hasta no hace mucho tiempo pensaba que tenía que controlarlo todo, y lo que quedaba fuera de mi control me ponía francamente nerviosa. Por ejemplo, en el colegio siempre quería sentarme en última fila para ver toda la clase. Me enfermaba pensar que alguien pudiera estar haciendo algo detrás de mí sin yo verlo.

Al crecer, la necesidad de control se manifestaba en querer tener todo planificado, hasta los detalles, de lo que fuera. Sin dejar nada a la improvisación. Un control mental de las cosas que me daba seguridad. Porque luego, a la hora de la verdad, me relajaba al pensar que todo estaba bajo control y me dejaba llevar por lo que surgiera.

En la sociedad actual también se nos da ese mensaje de que hay que controlarlo todo para tener una vida serena, tranquila y, por tanto, feliz.

Sin embargo, sabemos que es imposible controlarlo todo. No sabemos qué va a pasar en el minuto siguiente. Planificamos, nos ponemos esas metas o intenciones de las que hablábamos, y soltamos.
Todo con unos límites. Por ejemplo: el autocontrol excesivo es tan perjudicial como no tener ningún control sobre nosotros mismos. Ni no comer nunca un pastel ni atiborrarte a ellos porque no puedes controlarte. Acepta que uno de vez en cuando es, incluso, saludable por el placer que te da. Poner control al uso de las redes sociales, por ejemplo, mientras trabajas. Ni dejar de usarlas del todo ni mirar constantemente las notificaciones. Ecuanimidad y equilibrio son dos palabras mágicas que guían mi camino. Recibir y aceptar porque todo es pasajero

Querer controlar todo nos desgasta con una constante “gestión mental” con la buena intención de darnos seguridad. Y sin embargo, esa seguridad en realidad no existe en nuestra vida. Las cosas son imperfectas, y cambian. Y mientras estemos vivos, probablemente siempre tendremos una lista de cosas por hacer de algún tipo. Los adictos al control tienen difícil pasar a la aceptación. Con la práctica de la atención plena podemos convertir el control en elección.
Todo está vivo y todo fluye. Por ello, en cada momento elijo cómo usar mi energía (en realidad siempre estamos eligiendo pero inconscientemente; con la práctica de mindfulness aprendemos a elegir conscientemente). Recibo, acepto y, con flexibilidad, confío en mi instinto sobre la mejor manera de usar mi tiempo. Flexible y fuerte como un junco.

 

Y estas son algunas cosas que voy incorporando a mi vida, día a día. Valorando cada momento como único e irrepetible que es. Una vida consciente en la que elijo cómo responder a lo que surge en mi camino, sean obstáculos, charcos, flores o caramelos.

¿Has tenido alguna experiencia similar?

 

Photos by Chris Lawton and by Jodie Walton on Unsplash

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