Un camino y un jardín
Decimos a menudo, como sabes, que la felicidad no es el objetivo: no es una meta a la que llegas y ya esta, ¡conseguido!, y te quedas ahí para siempre. Por ello, con frecuencia leerás —a mí misma, que uso mucho el símil— que la felicidad está en el camino; incluso que es el camino.
Es una comparación preciosa porque viene a decir que mientras vas recorriendo el camino de tu vida, encuentras motivos para ser feliz a cada paso: una persona con la que te cruzas o que camina a tu lado, una flor que te encuentras, una situación que te llena de felicidad… De la misma manera que encontrarás innumerables ocasiones de sentirte infeliz.
Depende, sin lugar a dudas, de cómo veas las cosas en cada momento. El filtro de tu mente, pensamiento + emoción, te devolverá la imagen de la realidad con un color u otro según te sientas más o menos dichoso en ese momento.
Soy la primera que utilizo la comparación con el camino —y lo seguiré haciendo— como ejemplo que ilustra bien lo que es la vida, con sus desvíos, sus cruces, sus piedras, sus altibajos, sus árboles, cactus o flores… un camino que te brinda la posibilidad de rectificar y tomar otro desvío, de pararte, de correr y de pasear. Puedes seguir las señales, caminar sin rumbo o usar un GPS. Cada uno elige cómo recorrerlo; incluso el que se deja llevar y no presta atención al camino, está eligiendo.
Camino o jardín
Quizá la felicidad sea un camino. Sin embargo, mi visión va cambiando. Será la madurez. Hoy siento la felicidad de manera distinta:
Hoy siento que es un jardín
Mi jardín.
Porque siento que la felicidad es un estado que va conmigo. No quiere decir que siempre haya euforia y alegría. La felicidad no es eso; puedes estar triste o enfadado sin que tu estado de felicidad, que subyace a las emociones más primarias, se vea mermado.
Y esto puede ser así si cultivas ese estado desde ya, con constancia y mimo como el que cuida un jardín.
Abonas la tierra, cultivas algunas flores elegidas por ti mientras que otras llegan con el viento. Desde que siembras te ocupas de regar con agua mezclada con fertilizantes que aportan vitaminas (que las plantas, como los humanos, no viven solo de agua), germinan y crecen. Durante el proceso, tú estás ahí: las podas, las acaricias, les hablas, las miras, recortas lo que va quedando viejo, quitas las hojas secas y disfrutas de cada brote, de cada flor.
Miras a tu alrededor y ves las flores que plantaste, las plantas que van creciendo:
- No dejas que te tapen la vista del mundo, por eso podas.
- No dejas que la hierba mala tome terreno y te quite tu felicidad, por eso limpias.
- No dejas que mueran. Conseguir una flor preciosa no significa que ya siempre sea así. Sigues regando, alimentando, sembrando y arreglando tu jardín.
Habrá plagas de bichos que tratar, granizo del que proteger, semillas traídas por el viento que brotarán, suave agua de lluvia que alimentará, frutos que recoger, mala hierba que limpiar, amigos que disfrutarán y no-amigos que envidiarán. Gente que te regala semillas nuevas y gente a la que tú regalarás.
Un jardín de flores y cactus
Un jardín en el que también hay cactus. En el mío están a un lado. No molestan y piden poco. Procuro no alimentar a lo que me hace daño. Los veo y me recuerdan a alguien que me ha dañado mucho. Un asunto aún sin resolver. Ni lo evito, ni le doy el espacio principal. Sus pinchazos no me limitan ni me hacen dejar al resto del jardín sin cuidados. Si te fijas, ni siquiera son feos —bueno, algunos son muy feos— puedo ver algo bello en ellos. Igual que yo, igual que el resto de las flores y plantas, los cactus también tienen sus sueños, amores y circunstancias propios. Incluso a veces ocurre que me pincho por mi culpa; ellos ni se mueven, soy yo la que se acerca demasiado y los toca. No siempre la culpa de nuestro daño es del otro.
Las margaritas me recuerdan a mi madre. Son sus flores preferidas. Un rincón alegre y confortable. Junto a ellas he puesto un banco donde pasar las tardes con mis hijos. Para ellos son los árboles frutales. Las semillas de la fruta serán el regalo que les daré para que las planten en su jardín. La educación son semillas diarias que les ayudo a plantar; luego ellos decidirán si cuidarlas o no. Serán responsables de su propio jardín.
Así es como siento mi presente. Observo lo que hay que recortar y busco la herramienta para hacerlo, imagino el futuro que deseo para el jardín, aceptando el tipo de tierra, la estación del año, las zonas de sombra y sol… las condiciones que no puedo elegir, las acepto. De nada sirve juzgarlas. Las que puedo cambiar, las analizo para hacerlo de la mejor manera posible.
El jardín cambia cada día sin dejar de ser mi jardín. Como las personas. Siempre somos quienes somos en cambio continuo.
Mi jardín. Tu jardín de la felicidad. ¿Sembramos?
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