Reconozco que me alegra cuando alguien me dice que mis textos o las cosas que comparto en redes sociales le inspiran y le ayudan a llevar una vida más plena. Nada me complace más. Me parece genial, en serio, es un gran regalo. Contribuir a que la vida de otra persona sea más feliz es un orgullo.
Sin embargo, algo me preocupa. No acabo de sentirme satisfecha. ¿Por qué? Pues sencillamente porque pienso que para que las palabras lleguen a hacer efecto, se ha de ir más allá. Es decir, hay que aplicar. Y no sólo aplicar en el momento de leer y, quizá, un día o dos más. Si no, siempre.
Practicar, practicar, practicar.
Recuerdo el tiempo que he pasado leyendo sobre educación, por ejemplo. Cómo hablar a los niños de tal o cual edad; cómo llamarles la atención; cómo hacer que te escuchen; cómo hacer que se sientan felices…. mil y un consejos maravillosos, posts increíbles, charlas motivadoras y libros revolucionaros. Y una gran motivación para aplicarlo todo en mi familia, con mis hijos. Lo haces una vez, cuando está fresco en la cabeza, quizá sigues algún día más y ya. Fin hasta la lectura de otro post, libro, o la asistencia a la siguiente charla de la escuela de padres del colegio. A veces te llega de pronto una situación y tiras de recuerdos para solucionarla, otra veces te quedas pensando: “qué era eso que tanto aconsejan que funciona?, ummmm”. En blanco.
Partiendo del hecho de que no hay recetas y cada niño es un mundo, está claro que, si no “practicas” todos los días, esas ideas con ejemplos tan maravillosos que has escuchado, con los que pensabas que ibas a ser una papá o mamá 10, se van quedando lejos. No seamos pesimistas, porque algo queda, por supuesto. Y cuánto más leas y escuches, más tendrás en la recámara para cuando lo necesites. Pero eso es poco si no lo trabajas a diario.
Rebuscando en mis archivos me dí cuenta de los años que han pasado desde que empecé a leer sobre re-invención profesional, sobre lo que ahora los coach llaman vivir tu sueño, de buscar lo que más te motiva… si habrá pasado tiempo que los que hablaban sobre todo ello no eran llamados coach, todavía, ni lo escriban en redes sociales porque no se usaban. Algún libro me he encontrado sobre la educación emocional de hace…, ¡uf!, la tira de años. Al releer me doy cuenta de que todo eso está por ahí, en algún lugar de mi cerebro, y que ha contribuido a mi crecimiento y desarrollo como persona. Curiosamente durante los últimos años de trabajo intentando conciliar sin tiempo ni para leer, todo esto se fue arrinconando como si jamás lo hubiera leído. Vamos, que estos años no fui ni siquiera consciente de que no aplicaba nada en mi vida diaria. De nada, o de poco, sirve leer si no damos un paso hacia adelante aplicando lo que leemos.
Y lo mismo ocurre con todo lo que os cuento de mindfulness. El otro día hablaba con mi instructor sobre llevar mindfulness a los colegios, como ya ocurre en algunos lugares, y coincidíamos en que no se trata de hablar sobre mindfulness en unas charlas y ya está. Se requiere un compromiso de práctica por parte de la comunidad educativa. Aunque se limite por razones de horario a cinco minutos al día de práctica con los niños y algo más de práctica personal. Y con práctica me refiero a meditación formal, respiraciones y práctica informal. Con flexibilidad.
Cuando hablamos de los beneficios de mindfulness, que son muchos, siempre hay que tener en cuenta que no se consiguen de un día para otro. Se requiere constancia, práctica habitual (mira que ni siquiera digo diaria, y como decía en mi post anterior, no hay exigencia de tiempo o duración; cada uno según sus circunstancias y referencias).
La meditación habitual nos ayuda a poner en práctica las actitudes mindful, y a llevar una vida más plena, en el presente. No basta con tener la intención. Hay que ponerse y empezar. Y seguir.
No es suficiente ver miles de programas de cocina en la televisión y leer los mejores libros de los mejores cocineros. Si no te pones el delantal y te metes en la cocina a probar y experimentar, nunca lograrás ser un gran cocinero. Y así con todo, amigos.
Dicen que para instalar un hábito en nuestra rutina diaria hay que repetir la acción al menos 21 días. A partir del día 22 ya no tienes que recordarte que tienes/quieres hacer tal cosa. Otros dicen que son 60 días. Supongo que dependerá del hábito en cuestión y de la motivación de cada uno. Si lees que es muy bueno para los niños que antes de dormirse se habitúen a dar las gracias por las cosas buenas que han vivido cada día, tienes que hacerlo con ellos cada noche. Dar las gracias unos cuántos días y luego dejar de hacerlo no hace que adopten esa costumbre en su ritual de irse a dormir. Sólo la práctica continuada hace el hábito. La práctica es el camino para llegar al objetivo marcado. Si quieres tener éxito con tu blog, deberás escribir cada semana. Si quieres hacer el mejor cocido del mundo, tendrás que hacer cocido asiduamente hasta conseguirlo. Si quieres tocar bien a Rachmaninov, te conviene tocar el piano a diario. Si quieres….. hazlo una y otra vez!. No hay más trucos ni misterios.
Ya sé que lo sabíais, que no habéis nacido ayer… Tan sólo quería recordároslo, con cariño, y animaros a empezar lo que sea que os mueva en este momento (educación, música, cocinar, cambiar de trabajo, mindfulness….)
Nota: si es mindfulness y no sabes cómo empezar, te espero al otro lado del mail para ayudarte. Y una vez empieces… no lo dejes. A practicar!!