Las orejas del lobo

Llevo meses contando cosas en este blog para vosotros y para mí. Escribir no deja de ser un ejercicio de autoconocimiento y autoayuda. Todo lo que cuento lo aplico en mi vida. O al menos lo intento. Soy muy franca y no os voy a contar cosas que no vayan conmigo. Hasta ayer, sentía serenidad y tranquilidad. Felicidad, sí, a pesar de las dificultades que, como todos, nos traen algunos días.

Ayer me vine abajo. Y no es malo. Aplicando mindfulness he observado mi sentimiento sin juzgar ni analizar. Dejando que se expandiera y dándole sitio. Observar y ver qué me quiere enseñar.

Al principio ni sabía qué podía ser. Poco a poco se fue perfilando su nombre por sí solo. Ese nombre, esa palabra, era (es) MIEDO. Ayer, después de muchos meses pensando que no tenía miedo y que lo que tiene que llegar, llegará, le vi las orejas al lobo y me asusté. Mucho. Se me agarró el estómago y me quedé paralizada por el miedo.

No es malo sentir miedo. Lo malo es que nos atrape y nos paralice. Que invada nuestra mente.

En mi grupo de meditación hay gente que comenta las dificultades que encuentra al meditar porque la cabeza, la mente, se le va constantemente hacia el problema X. Yo, un poco prepotente quizá, pienso para mis adentros “pues no es para tanto; una meditación guiada es fácil de practicar”. Ay ay ay!! ayer no fui capaz de quitarme de la cabeza esa imagen de las orejas del lobo erectas y puntiagudas acechándome con su mirada clavada en mí, quieto y preparado para saltar!

El tiempo pasa, los días avanzan y esa fecha inamovible está ahí como un muro que cada vez se hace más alto. Y la escalera que empecé a construir para saltarlo no es aún suficientemente alta para pasar.

Me acordaba entonces de Hana Kanjaa (si no la conoces, pásate por su blog; son vitaminas para vivir) y todo lo que ha escrito y contado en sus videos sobre el miedo. Este fin de semana me los voy a leer y ver todos de nuevo. Y aunque sé que la solución está dentro de mí, no puedo obviar que hay muchas cosas, muchas, que no dependen de mí, sobre las que no puedo influir. Se trata entonces de aceptarlas y dar pasos hacía…. ¡no sé hacia donde!. Porque cada vez que veo las orejas del dichoso lobo, me entra un malestar estomacal que no lo sabe nadie.

Muchos fracasos surgen por crearse unas expectativas irreales. Y el miedo surge en gran medida porque nos asusta mirar hacía el futuro y desconocerlo. La inseguridad que nos provoca el no saber, el no poder controlar lo que ocurrirá. Nos gusta sentirnos seguros. Anclarnos en el momento presente a través de la práctica de mindfulness nos ayuda a sentirnos más seguros. Hasta ahora me ha funcionado. Tal vez la diferencia para mí en este momento es que sí conozco un futuro que se acerca y que no quiero. Digo que no sé lo que quiero pero sé perfectamente lo que no quiero. Y sé que ese futuro que tiene fecha de llegada no es lo que quiero. Pero, ¿cómo esquivarlo?. He ahí la gran cuestión.

Anclarme en el presente sin dejar de caminar a ver si encuentro un sendero que bordee al lobo de orejas puntiagudas y mirada amenazante. Esa es mi esperanza hoy, ahora, en este momento.

Continuará……

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