Este verano fotografié muchas nubes. Muchísimas. A cada rato miraba al cielo y hacía una foto, bien con la cámara, bien con el móvil. Me quedaba maravillada y, aunque sé que los momentos no se pueden atrapar, necesitaba hacer una foto.
Es curiosos como el cielo no es igual en todas partes. Aquí en Valencia las nubes suelen tener un color blanco tirando a gris y parecen de algodón muy fino, casi transparente. Y el azul del cielo, no te rías, me parece menos azul que en otros partes. Cerca del mar fotografié unos cielos al amanecer impresionantes. Captar el mar con el inmenso azul al fondo, o rojizo o casi oscuro, era algo que me alegraba el despertar. Y meditar con semejante paisaje frente a mí ha sido toda una experiencia.
Días después descubrí que las nubes de algodón mullido de las películas, especialmente de las infantiles (y algunos dibujos animados) flotando suaves, desperdigadas, sobre un cielo de un azul intenso, existen de verdad. ¿Dónde?. En el país de donde vienen la mayoría de las pelis. Y curiosamente no fui la única en pensar así. Una amiga que encontramos en Nueva York me dijo exactamente lo mismo.
Puede parecer extraño que mi afición este verano fuera la de “coleccionar” nubes. Hace poco encontré en Facebook a una persona que también lo hace. No es nada extraño ni tonto. De verdad. De hecho, un ejercicio o práctica en los cursos de mindfulness es observar las nubes. Y pasear, mentalmente, por ellas puede ser incluso divertido.
Una de las meditaciones básicas es la de las nubes. En ella observamos nuestros pensamientos como nubes que van pasando delante de nuestros ojos. Cada pensamiento que te asalta, lo dejas pasar como si de una nube se tratara. Cada pensamiento lo transformamos en nubes sin analizarlos, tan solo permitiendo que la nube esté presente en el espacio de tu mente. Déjalas moverse, transformarse, diluirse o desaparecer. Tan sólo hay que observarlo. Observar nuestras nubes mentales.
Si no estás familiarizado con esta meditación, simplemente observa el cielo. Busca un momento adecuado y túmbate boca arriba. Observa las nubes, sin dejarte llevar por ningún pensamiento, sin buscar la forma o el sentido de lo que ves. Sólo observa. Date cuenta de la inmensidad del cielo y nota tu presencia en el mundo. Siente el lugar que ocupas, aquí y ahora, mientras observas la inmensidad del cielo. Y paséate por las nubes. Un paseo consciente, sin moverte, al ritmo de las nubes. Es algo hermoso. Sólo tú, tu respiración y las nubes que observas. Nada más.
Relájate y disfruta de tu paseo por las nubes.
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