Amanece un nuevo día. Todo por estrenar.
Aunque te parezca lo de siempre, el café es otro, el agua que corre por tu cuerpo es nueva, el camino de todos los días no es el mismo.
Te planificas bien, tienes tu agenda llena de anotaciones, tu plan semanal, mensual, anual… Toda tu vida sigue una rutina, unos objetivos, un plan de acción.
Y sin embargo, lo que te ocurre cada día no siempre se ajusta al plan.
No puedes planificar que te duela la garganta al levantarte o que te empujen al bajar del autobús, ni que te cruces con ese compañero de colegio que te hacía la vida imposible. No pudiste prever en tu calendario que se te pegara la comida por estar pensando en otra cosa y ahora tengas que improvisar otro plato. Fuiste incapaz de agendar la visita a urgencias cuando tu hijo se cayó jugando al futbol, ni las horas que pasaste con él consolándole en su dolor. No planificaste ese dolor punzante que te llevó al quirófano, ni ese accidente que te dejó sin un familiar cercano.
En tu preciosa agenda que te regalaron por Navidad no escribiste tantas y tantas cosas que te fueron sucediendo durante el año. Porque estaban fuera de tu control.
Sucesos, circunstancias, imprevistos que te sacaron de tu rutina tan bien elaborada.
Como esa enfermedad que cada vez más gente supera. Te dijeron que eso pasa por algo, como si fuera tu culpa enfermarte y piensas que no eso puede ser. No y no. No eres culpable ni responsable de todo lo que te pasa. Solo de lo que puedes controlar y de lo que tienes a tu alcance. Que se te inunde la casa porque se rompió la tubería de tu vecino no estaba en tus planes, que se te tuerza un pie por una baldosa despegada de la acera no lo tenías previsto, que tengas un toque con otro coche y necesites pasar por el taller no figuraba en tu agenda.
¿Piensas que todo lo que he escrito es negativo? Eso es porque nos fijamos más en las cosas malas que nos ocurren que en las buenas, por regla general. Y ponemos con colorines en la agenda los eventos que nos gustan, en rojo los obligatorios y en negro los que no molan (ya sé, puede que tú no…)
Observa un día cualquiera:
Amanece. Tienes 24 horas por estrenar. Crees que lo tienes todo planificado, tu rutina diaria, un horario que cumplir y unas obligaciones repetitivas que llevar a cabo.
Y sin embargo, lo que te ocurre cada día no siempre se ajusta al plan.
No puedes planificar que tu pareja te lance un beso desde la ducha, ni que coincidas con una vecina en el ascensor a la que amablemente le abres la puerta. No pudiste prever que le cederías tu sitio en el autobús a un anciano que nunca habías visto antes. Fuiste incapaz de agendar la conversación con un compañero que necesitaba desahogo, ni el alivio que procuraste a un familiar acompañándole en la última despedida de su mujer. No tenias previsto el abrazo espontáneo de tu hijo al llegarle el aroma de la cena cocinándose. No planificaste levantar del suelo a un joven que cayó en la calle y recoger sus pertenencias desparramadas, ni parar al niño que iba a cruzar corriendo cuando pasaba un coche, al soltarse de la mano de su padre. Te fue imposible tener previsto en tu agenda que en el camino al trabajo verías flores nuevas en el parque y al jardinero municipal regarlas con mimo, ni que te saliera un «buenos días, ¡qué preciosidad!». Y aunque siempre confías en que tu hijo salga contento de clase y se alegre de verte, no tenías planificado que hoy te diría que ha sido elegido delegado de clase. Está feliz, y tú con él.
Tampoco pudiste prever que un cliente te diera las gracias por el trato amable que le diste, ni que hoy, al mirar hacia arriba, vieras una nube con forma de caballo y recordaras los juegos con tu padre buscando figuras en el cielo. No estaba planificado que le llevaras un detalle a tu pareja, simplemente porque sí, ni que llamaras a tu madre a una hora no acostumbrada porque «algo» te hizo pensar en ella.
Las amarguras y las alegrías se suceden sin orden. A menudo sin que las esperes. No las tienes apuntadas en tu agenda. Llegan, pasan y se van.
En el día que estrenas hay miles y miles de posibilidades de que tus planes no se cumplan. ¿Y qué más da?
Si observas con una mínima atención e intención, te darás cuenta de los millones de oportunidades que se te presentan para ser amable y agradecido, para sentir emoción y satisfacción, para reconocer lo que es y lo que hay, para observar y ser feliz.
Cada noche, escribe algo por lo que te sientas agradecido. Una sola palabra basta. Puedes anotarlo en tu cuaderno mental o en una libreta real. Si lo haces por escrito, un día cualquiera que te sientas mal puedes buscar qué has agradecido anteriormente y conectar con ese sentimiento de gratitud.
Así es una vida consciente.
Me gusta ver la vida como una pieza musical. Una característica esencial de la música es la armonía entendida —en música— como el arte de unir y combinar sonidos diferentes que, en conjunto y encadenados, resulten agradables al oído –aunque uno aislado suene fatal, lo que importa es el conjunto–.
La vida consciente es así: una sucesión de momentos, amargos o alegres, positivos o negativos según cada uno los juzgue, que combinados resulten una vida agradable y feliz. La felicidad no sigue un protocolo único. Es propia de cada individuo y de cómo siente esa sucesión de momentos. Solo tienes que darte cuenta para vivirlo en profundidad.
Yo elijo la armonía, ¿y tú?
12 diciembre, 2018
Pilar, qué buen post. Enhorabuena.
Un fortísimo abrazo.
13 diciembre, 2018
¡Gracias compañera! Tú si sabes cómo animar (y no el SEO que me lo pone en rojo jeje). Me alegran tus palabras. Un beso guapa
14 diciembre, 2018
Pilar, me ha gustado mucho. Lo real gusta mucho porque llega a langente y de eso el SEO no entiende…
16 diciembre, 2018
Gracias Carolina. Tienes toda la razón con el SEO. Gracias por pasarte por aquí. Un saludo
16 diciembre, 2018
Me ha encantado leerlo con consciencia, con lentitud, con sensibilidad..Gracias por recordarnos que es la vida..
19 diciembre, 2018
Gracias a ti por leerme y visitar mi casa virtual. Un abrazo