Cada vez que meditamos nos exponemos a sentir cosas diferentes. Depende de muchas cosas: del momento del día, de nuestra estado anímico, del entorno, de lo cansados o descansados que estemos, etc. Por eso es fundamental no esperar nada de ese momento de cuidado y de amor que nos damos al meditar. No busques la calma, no busques la relajación, no busques la solución a ese problema que te agobia, no busques que ese dolor desaparezca…. No busques. Déjate llevar, siente y exponte a lo que venga.
Por lo general, cuando los pensamientos vienen y la mente parlotea sin cesar, se nos invita a sentirnos como una montaña inamovible, o a dejar pasar los pensamientos como si fueran hojas en el río o nubes en el cielo, o a centrarnos en la respiración y en el cuerpo como principales anclajes. Poco a poco y conforme nuestro músculo meditativo se vaya fortaleciendo, seremos capaces de utilizar estos recursos sin esfuerzo. Y sin elegir. Nos llegarán cuando los necesitemos. A base de práctica, por supuesto.
Hoy, en mi silencio, no pude sentirme montaña. Más bien sentí que mi zafu y yo íbamos subidos a una barca hinchable, en una postura meditativa correcta y digna. Sin ninguna preocupación me sentía a la deriva a merced de las aguas de un río. Mi situación, como la vida misma, iba variando: de pronto los árboles me daban sombra, de pronto un gran claro dejaba pasar un sol luminoso y asfixiante. De pronto la barca se topaba con una roca (llámalo pensamiento, problema, dolor…) y mentalmente la empujaba para seguir viaje (podía elegir en cada momento quedarme encallada en la roca, mirándola, analizándola, dedicándole todo mi ser sin ver todo lo demás o aceptarlo y seguir viviendo).
A ratos la corriente del río era fuerte, y me llevaba dando golpes aquí y allá, de una orilla a la otra. A ratos volvía la calma y el fluir suave, el agua clara, la brisa sobre la piel y la quietud del alma.
Y al final del río, la explosión del mar me esperaba. Vasto, grande, hermoso, brillante. Abriéndome sus brazos con olas suaves y rezagadas. Dándome la bienvenida a la plenitud, a la dicha, al goce de la vida sabiéndola impermanente, cambiante y desafiante. Con todos sus sabores, con todos sus retos, con sus claroscuros y variantes.
Así es el viaje de la vida. Con sus rocas, sus árboles, sus flores y paisajes. Con lluvia, sol, nieve, arrecifes, montañas, llanos, polvo, piedras, escollos, nubes y corales. Sólo la mente puede decidir quedarse con uno o con todo, juzgarlo, negarlo o aceptarlo. Así es la vida y sólo tú puedes decidir que sea plena. Yo elijo una vida mindful.
¿Te vienes?