narrar para sanar

Rumiación narrativa

La rumiación narrativa como proceso que transforma

Si pregunto ¿por qué narramos?, tendré tantas respuestas como personas somos. Todos somos narradores. Unos lo hacen para el público y todos, sin excepción, para sí mismos, ya sea de manera consciente o no. En nuestra mente mantenemos un constante diálogo interno.

Los autodiálogos, también llamados soliloquios, son constantes y nos acompañan durante todo el día, aunque no los percibamos. Nos contamos lo siguiente que tenemos que hacer, lo que no nos apetece, lo que opinarán, lo que tememos, lo que imaginamos que pasará, lo que ocurrió y opiniones sobre cualquier cosa. Somos una constante narración.

De hecho es algo que nos distingue de los animales: la narración y la capacidad de  razonar.

La rumiación narrativa no tiene porqué ser negativa ya que puede ser la forma de sumergirnos en una continua transformación. El proceso narrativo está compuesto por las historias que contamos tanto a otros como a nosotros mismos. La palabra narrada puede ser escrita, dicha o pensada. De cualquier manera, la palabra crea y da sentido a nuestra vida. La palabra verbalizada tiene tanto poder como la palabra que callamos. 

En toda narración debe haber dos sujetos o interlocutores: el que narra y el que escucha/lee, que pueden ser la misma persona. Aunque es cierto que el receptor de lo narrado no siempre es consciente de lo que escucha. 

El interlocutor interno es el primero que se manifiesta a través de todos nuestros yoes. Pero no decimos todo lo que pasa por la mente. En la comunicación oral, algunas cosas se dicen y otras cuesta expresarlas. ¿Decimos lo que realmente sentimos? Es difícil hacerlo. Hay una dificultad, un desfase, entre lo que sentimos y pensamos, y entro lo que expresamos en realidad. En la escritura no ocurre. Al escribir es más fácil que lo que decimos coincida con lo que sentimos. La escritura refleja con más exactitud el monólogo o diálogo interno. Volcamos esa narración que nos contamos con argumentos, preguntas y razonamientos que tratan de convencernos o disuadirnos a nosotros mismos.

«Al escribir, se nombra lo innombrable, que es lo que ocurre en el sueño»

Silvia Adela Kohen

El relato sanador

Un cuento, un relato, una novela o nuestro propio diario, nos ofrecen una oportunidad de sanar, de buscar nuevos sentidos, de conocer otras miradas y realidades. Son narraciones que contienen las palabras que nos desvelan y descubren.

«Soy de ese tipo de personas que no acaban de comprender las cosas hasta que las pone por escrito»

Haruki Murakami

Porque a veces, para comprende debemos sacar lo que está tan dentro que no podemos ver con claridad. En la palabra escrita encontramos la comprensión de los demás y de nosotros mismos. 

La narrativa está muy ligada a nuestra parte emocional porque hace de puente hacia el conocimiento de lo nuevo y el redescubrimiento de lo ya conocido. Con las palabras tratamos de dar nombre a los sentimientos, aunque las callemos. Y digo tratamos, porque no siempre somos capaces de darle la palabra adecuada. A veces, un abrazo nos ayuda a expresar lo que el corazón quiere decir y la mente no le deja. 

Hay momentos en los que son las palabras de otros las que nos rescatan. Esa frase que compartimos en redes, el poema que copiamos en una tarjeta, una cita que leemos en voz alta. Las palabras expresan emociones de todos los colores. ¿Has probado a escribirlas?

Las narraciones son maestras. Los cuentos, por ejemplo, desde edades muy tempranas enseñan, muestran y hasta educan. El cuento escuchado, palabras que nos llegan con la voz del adulto que nos cuida y nos quiere. Esa voz que nos acuna y nos calma. El cuento leído, palabras que entran por los ojos y llegan hasta la imaginación que nos hace ser los personajes y vivir lo que no vivimos.

Relatos y novelas que nos ayudan a regular los sentimientos y a ordenar conceptos y creencias. Historias que nos despiertan, que nos ponen en guardia, que nos resuelven dilemas. En el instante en que leemos, somos un personaje concreto, o los somos todos. Convivimos con ellos. Queremos saber qué les va a ocurrir y ejercitamos nuestra mente al buscar la solución desde nuestro lado —lo que yo haría— para descubrir que hay muchos yoes y no todos deciden como tú.

Podemos narrar una historia para llenar un vacío o para crearlo, para hacer visible lo que no es nombrado. Porque sin nombre, parece que no existe. Dar nombre es reconocer. «Me siento mal» es una ambigüedad que empieza a resolverse cuando lo nombramos: es tristeza, depresión, enamoramiento, derrota… Igual que las personas, que empiezan a ser importantes cuando les damos un nombre; cuando la vecina pasa a ser Juana o cuando la cajera se convierte en Esperanza.

Por eso, en el libro de relatos «Dime tu nombre, mujer» cada historia lleva un nombre propio. La visibilidad empieza nombrando a la persona con la palabra que reconoce como su ser desde que nació.

Vivir sin narrar

No podemos vivir sin las historias narradas. En las sesiones de cuentacuentos o cuando un padre/madre le lee un cuento a su hijo, observa a esos niños entregados y confiados al narrador. En ese momento todo es posible. La narración, al escucharla o escribirla, es un ejercicio de atención plena y consciente en el que  el silencio, los sonidos, el acto de escribir, el gesto… puede llevarnos a emociones y pensamientos más profundos, a momentos pasados y a sensaciones corporales que podemos observar. Aceptamos lo que llega. 

Se produce una conexión entre el que escribe y el que narra; con el otro o con una misma en la soledad de la escritura. Podemos decir que narrar crea vínculos entre nosotros y con los demás. 

«Ser escritor es descubrir, luchando pacientemente durante años, la segunda persona que se esconde en el interior de uno y el universo que convierte a esa persona en lo que es»

Orhan Pamuk

¿Te narras? ¿Cuál es tu relato?

Cuando la mente se sobrecarga de narrativa, ponla por escrito.

Pon una palabra en la hoja en blanco y empieza a escribir. Te sorprenderá lo que puede salir de ti. Cuanto más llenas el vacío de la página, más espacio dejas en tu mente. 

La narrativa te invita a la exploración del mundo, interior y exterior. Es capaz de construir un refugio en el que serenarte y respirar, un lugar seguro para el que escribe y también para el que lee y escucha. La narración es un ancla al momento presente en el que se produce, a la vez que abre una puerta a la novedad que pueda surgir y sorprenderte. Narrar te da libertad.

El relato, tu relato, el que tú escribes, te da varias oportunidades: en el acto de escribirlo, al leerlo y al releerlo. Si escribes para otros, con la lectura se crea un espacio entre escritor y lector. En ese espacio la historia narrada puede variar con el punto de vista de quien lee. Por eso, con cada lector hay una conexión distinta, aunque el narrador no sea consciente de ellas. 

Si escribes para ti, ese espacio en contigo misma. Lees con distancia. Puede parecer incluso que tengas la sensación de que eso le ha pasado a otra persona. Ya no es tan importante. La distancia te da perspectiva. En la escritura no solo trabaja tu mente, también el corazón, con las emociones que plasmas, y el cuerpo, con tus gestos y ademanes. No escribes ni narras igual con ira que con pereza o tristeza. Tu narración está en sintonía con todo tu ser. La escritura te conecta con lo que eres. Y también con la que fuiste y la que quieres llegar a ser. 

Diario, escribir

El que narra juega con las palabras y con los silencios. Como tú que, al escribir tu vida, eliges lo que dices, la palabra es escogida incluso cuando la trazas al azar. La mente escoge por ti. La palabra que callas y no escribes nunca será dicha fuera de ti. Tanto con el silencio como con la palabra, como el contacuentos, expresas una emoción o un pensamiento. 

Deja que tu creatividad dance con tu imaginación sobre la pista del papel/pantalla. Saca a bailar al sufrimiento sin oprimirlo, dejándole espacio para que se exprese. Coge de la mano a la esperanza y, a ella sí, abrázala fuerte. Compón una coreografía con las palabras que te acompañan al baile. Y cuando acabes, observa tu narración. Lee también las pausas y silencios. 

Narrar la verdad que existe o la imaginada. Ambas opciones son sanadoras porque con la que creas, estás encontrando soluciones que quizá no imaginabas antes de escribir. Textos que te arrancan posibilidades, alternativas, cualidades escondidas, sueños, acciones, nuevos objetivos, habilidades, inmaculadas aún, que tienes aunque no lo sepas. Te descubres gracias a tu propia narración y gracias también a la ajena, la que lees y la que escuchas. 

Descubres que eres más que tu imagen creada por ti, más de lo que crees que los otros ven, más que tus pensamientos, emociones y circunstancias. 

Narra, escribe, descubre y mírate con amabilidad, cariño y compasión. Cuando eres capaz de nombrar lo que sientes es cuando empiezas a soltar. La palabra da el espacio necesario para que la historia se desarrolle.

El poder de la escritura

Cuando escribes eres poderosa. Escribir te da el poder de organizar, visualizar, depurar, predecir, explorar, afrontar miedos y comprender. Un mundo de posibilidades se abre ante ti: puedes escribir un diario, un relato o cuento, una poesía, una carta, una lista, un guion… Todo vale. 

Escribe cómo quisieras ser y descubre cómo eres.

«La escritura es tu hogar: te cobija, lo compartes o te recluyes allí, circulas entre sus líneas, dejas entrar a quien quieres, puedes abrir las ventanas, espiar lo que ocurre fuera. Es una válvula de escape»

Silvia Adela Kohen

Escribe con las emociones. Empezar es fácil. Solo necesitas la intención, un cuaderno y un boli o tu ordenador. Busca una guía que te lleve de la mano. Ahora puedes hacerlo con el taller de escritura emocional online o déjame que te acompañe en un taller personalizado.

escritura emocional

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Fotos:  fotografierende vía Unsplash y propias

2 Comments

  1. Isabel Veiga López
    21 febrero, 2020

    «Cuando escribes, eres poderosa». Me ha encantado esta frase. Tenemos el poder de crear, de dar vida, de quitarla, de sanarnos, de regalar sonrisas.

    El hecho de que la narración esté siempre en nuestras vidas es que, precisamente por eso, muchos piensan que narrar es fácil, que escribir no requiere esfuerzo.

    A pesar de eso, aquí seguimos, escribiendo y narrando. Saludos.

    Responder
    1. Pilar Navarro
      21 febrero, 2020

      No es fácil, claro que no. Seguimos en la senda, nutriéndonos y sin dejar ni de escribir ni de leer. Muchas gracias Isabel. Un abrazo.

      Responder

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