He estado en el hospital con mi abuela de 92 años y lo único que me pedía era mi mano. Mi mano y que le acariciara el brazo de vez en cuando. Justo hace poco más de un año tuve una experiencia similar con mi tío que no tenía más familia que sus hermanos y sobrinos, la mayoría a cientos de kilómetros. Recuerdo llegar un domingo al hospital y encontrar la habitación vacía porque lo habían bajado a quirófano. Nadie sabía nada porque estaba solo. Esperé a que subiera y él, que no esperaba ver a nadie conocido, se conmovió al verme. No tanto porque fuera yo, si no por ver una cara familiar. Y lo único que me pidió durante el tiempo que estuve con él, fue mi mano. Él, tan poco acostumbrado a las muestras físicas de afecto, y yo, poco dada al roce, pasamos un buen rato de la mano mientras su cuerpo despertaba de la operación.
Ayer fue al revés. Después de un episodio familiar que me afectó, mi hijo con tan sólo 8 años se compadeció de mí y sólo quería abrazarme. Me regaló varios abrazos sin palabras. Con tan poca edad y ya se da cuenta de cuándo lo importante es el gesto y no las palabras.
Compadecer o padecer con
Compadecerse no es sentir lástima, ni pena, ni tristeza. Es “padecer con”. Acompañar en el padecimiento. Y puede ser con otro o puede ser contigo mismo. Lo que llamamos autocompasión.
Así como abrazamos al niño que llora o le damos la mano cuando siente miedo en la noche.
Así como nos tocamos esa parte del cuerpo que nos duele.
Así como le damos besos a la herida o golpe de un hijo, y él ya siente que se le cura.
Así como el perro y el gato se lamen a sí mismos.
Así como hay un abrazo tras meter un gol, o una palmada al hombro ante un triunfo, o un brazo de apoyo ante una dificultad.
Así, de esas y muchas otras maneras, mostramos el afecto compasivo. Y los efectos son enormes.
Dice un proverbio chino que
el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”
El efecto de una caricia, de un gesto compasivo, en el cuerpo-mundo del que lo recibe, es similar al del aleteo de la mariposa: ¡tremendo! y se puede sentir en todo nuestro ser.
Sí, tan solo una caricia.
“El apetito de caricias es igual que el de comida, lo tenemos y no lo podemos cambiar. Si no comes, vas a morir de hambre. Si no tienes bastantes caricias, te vas a deprimir e incluso puedes morir de depresión. Las caricias son tan necesarias como la comida y la bebida.” (Claude Steiner, psicólogo especializado en Inteligencia Emocional)
El Dr. Javier García-Campayo, psiquiatra, es uno de los expertos que ha desarrollado la Terapia de la Compasión que “busca regular el estrés activando el sistema de satisfacción, calma y seguridad, que va ligado a la oxitocina y a los opiáceos. En compasión hay ciertos gestos (relacionados con el abrazo y el contacto) que liberan oxitocina, es decir, que nos tranquilizan. Según los estudios los principales desencadenantes de la compasión son tres: 1.- Contacto corporal suave, 2.- Vocalización en tono suave y 3.- Sensación de calidez a nivel físico (Steller y cols, 2015).”
El gesto compasivo
El gesto compasivo con uno mismo o con otro puede llegar a tranquilizar al que lo recibe en momentos de estrés o hacerle sentir mejor en cualquier momento. Con el gesto compasivo podemos transmitir mejor el afecto y seguridad a otras personas.
Gestos compasivos hay muchos, como los que hemos comentado más arriba o los que el Dr. García-Campayo recoge en esta lista como más frecuentes:
Algunos ejemplos de gestos compasivos
1.- Ponerse la mano en el corazón o en la zona central del pecho (una o las dos). En ambos casos las manos pueden quedarse fijas o acariciar el abdomen (por ejemplo haciendo círculos u otros movimientos lentos).
2.- Poner una mano en el corazón o en la zona central del pecho y otra en el abdomen, en ambos casos las manos pueden quedarse fijas o acariciar el abdomen.
3.- Abrazarse a uno mismo y acariciarse los brazos.
4.- Abrazarse a uno mismo y acariciarse la espalda.
5.- Poner ambas manos cruzadas en el bajo vientre.
6.- Cruzar los brazos y acariciarse sin llegar a abrazarse.
7.- Darse palmadas en el hombro con una u otra mano o con ambas.
8.- Acariciarse las piernas (a diferentes niveles: muslos, piernas).
9.- Acunar la cara con ambas manos abiertas.
10.- Acariciarse el dorso de las manos, frotarse las manos, tocarse las yemas de los dedos de ambas manos.
11.- Acariciarse la mejilla.
13.- Acariciarse el pelo de la cabeza.
14.- Acariciarse la frente.
(Fuente: Curso Terapia de la Compasión, Dr. García-Campayo)
No hay ninguno mejor que otro. Lo mejor es probarlos, en meditación formal o informal, y elegir el que nos resulte más eficaz en cada situación. En la intimidad, por ejemplo durante la meditación o en casa, podemos usar algunos más explícitos. En público, si necesitamos darnos un gesto compasivo, podemos hacerlo discretamente como un abrazo que parezca un cruce de brazos, una caricia mediante un roce de cara….
En la revista Psicología y Mente hay un artículo en el que se habla de los beneficios de las caricias, según un estudio realizado con un grupo de personas. Algunos de estos beneficios son:
- mantener un sentido del yo más positivo
- ayudan a calmar el dolor, la depresión, y fortalecen el sistema inmunológico
- sanan los efectos del estrés
Te invito a leerlo entero en este link: https://psicologiaymente.net
“Mindfulness es el arte de practicar la atención plena afectuosa hacia todo aquello que la vida nos ofrece y eso supone ser capaz de permanecer amoroso, abierto, sensible, delicado, solidario de forma incondicional ante uno mismo y ante los demás.” (AEMind)
Practicar el gesto compasivo contribuye a ello al tratar de aliviar el sufrimiento, respondiendo con amabilidad y comprensión al dolor, propio o ajeno.
La naturaleza es sabia. De forma natural respondemos con caricias y gestos compasivos al dolor de nuestros hijos y seres queridos, a nuestro dolor físico. Con la práctica de Mindfulness puedes llevar ese alivio, ese amor bondadoso del gesto compasivo, a todo tipo de dolor, también emocional, mental, etc., tanto tuyo como de los que te rodean.
Y no cuesta nada.