Probablemente la respuesta sea, “sí, espera un momento“. O quizá justo ahora no tengas prisa porque es el momento que dedicas a leer lo que te llega al mail o redes sociales. Bien, pues cambio la pregunta:
- Recuerda cuando te has levantado esta mañana, ¿qué es lo primero que has pensado?, ¿te has levantado con prisa para llegar a tal hora a tal sitio?.
- Recuerda cuando has salido a la calle, ¿ibas con prisas para alcanzar el autobús o el metro, acelerabas el coche para pasar en verde o encontrar aparcamiento?.
- Recuerda la hora de la comida, ¿has comido tan deprisa que no sabes ni qué has comido?, ¿has acabado rápido para recoger y pasar a la siguiente actividad del día?.
- Si has estado en algún sitio (banco, médico, gestiones…) en el que te han hecho esperar, ¿te han llevado los demonios porque sentías que perdías el tiempo?, ¿tenías prisa por acabar?…
Y así podríamos poner mil y un ejemplos. Piensa en tu día, cierra los ojos, y recrea o visualiza esos momentos.
Luego pregúntate,
¿ha valido la pena?.
Después intenta recordar, con los ojos cerrados, si en esos momentos de prisa te has dado realmente cuenta de dónde estabas, cómo era el mobiliario, la gente, los colores, las texturas… Piensa si realmente has vivido ese momento con total presencia y consciencia, si estabas allí en cuerpo-mente-alma, o era sólo tu cuerpo mientras tu mente estaba en media hora, una hora, tres horas, un día o un semana más allá.
Esta mañana me ha pasado. De pronto me he dado cuenta de que iba caminando, no!! iba casi corriendo (no te voy a mentir) y realmente ¡no sé por qué!. Los pensamientos se han ido encadenando de manera que mis piernas se han acelerado al ritmo frenético de los pensamientos. Cuando he caído en la cuenta, mis pasos se han hecho más pausados (tampoco lentos, no es cuestión de llegar tarde a los sitios), he respirado y he observado. Resulta que mis pensamientos no eran asuntos de tanta urgencia y que, además, por mucho que me enrollara en ellos no iba a solucionar nada. Y resulta también que no habré tardado más que uno o dos minutos más en llegar a mi destino. ¿perder el tiempo?. En absoluto. Lo he ganado al poder ser consciente de lo que me ocurría sin dejarme llevar.
Dejarte llevar, aunque llegues antes, sí que te hace perder el tiempo (aunque no comparto esta expresión) pues al no ser consciente de dónde estás y de lo que haces, muchas veces tienes que volver al inicio para fijar las ideas, resolver asuntos, escuchar al que te ha dicho algo varias veces, etc.
Así que, en mi opinión, abandonar la prisa y vivir con más atención y de manera más pausada, es ganar tiempo. Y si no hablamos de ganar o perder, simplemente es SENTIR LA VIDA, sentir lo que ERES.
Y sí, lo has adivinado, lo que me ayuda a estar más presente es la practica cotidiana de mindfulness.
El momento vivido esta mañana me ha hecho pensar en las prisas con las que mucha gente va por la vida, ¿hacia dónde?, ¿para conseguir qué?. Quería compartirlo contigo. ¿Te ha pasado alguna vez?. Cuando uno llega a la vejez le gusta compartir los bellos recuerdos con los demás, con los nietos tal vez. Para que esos recuerdos estén en nuestra mente, debemos vivir con intensidad el momento. Si vamos con prisa pensando en otra cosa distinta a lo que estamos haciendo o “viviendo”, el momento pasa liviano sobre nosotros y nunca llegará a ser un recuerdo.
P.D. Añado una post data al día siguiente de publicar el post porque esta mañana he vivido en familia lo que siempre te cuento de vivir en el ayer, en el mañana o en el hoy. Y quiero compartirlo. Iba camino del colegio con mis hijos y el mayor iba todo el rato lamentándose por el estudio. Decía que iba a sacar un cero en el examen que tenía a media mañana (lamentando lo que aún no había ocurrido sin saber si sacará un cero o no), al segundo se lamentaba de que se había esforzado mucho pero no había tenido más tiempo para tanto y la bla bla bla (lo que hizo o dejó de hacer ya no tenía remedio; estaba en el pasado). Y vuelta a pensar en la mala nota que iba a sacar, y vuelta a lo que hizo y no hizo y…. todo menos vivir su presencia en ese momento. Le hablaba de las profecías autocumplidas (en lenguaje infantil) explicándole que es mejor no darse a uno mismo mensajes negativos. Me pedía que no le hablara así. Noté que se iba agobiando más. La verdad es que no sabía que decirle para animarlo y que dejara de darse esos mensajes tan negativos (porque doy fe de que sí que había estudiado). Pensé en que vivimos muchos momentos como un juego de ping pong: somos la pelotita que ahora está en el campo del pasado, ahora en el del futuro, pasado, futuro… golpeándonos cada vez y pasando por encima de la red, el presente, continuamente sin pararnos en él.
Amigas, amigos, os invito a parar un rato en la red, en el presente, El pasado no tiene remedio y el futuro ya dirá. Dese la red-presente podemos mirar al pasado y hacernos cargo de él (todo lo aprendido, nuestros conocimientos y recuerdos); ahí están y son parte de cada uno de nosotros como lo son el color de ojos y el largo de pie. Y podemos mirar el campo del futuro (planificar, guardar para sobrevivir, visualizar a dónde queremos llegar) sin vivir en la ensoñación continua y sin preparar nuestra mente a un hecho que igual ni ocurre, lamentándonos por anticipado, como le pasaba a mi hijo. Si ocurre, ya lo aceptaremos y lo afrontaremos en su momento.
Me parece que es mucho más interesante vivir en la red de la mesa de ping pong, intentar mantener el equilibrio aunque a veces tengamos que posar un pie en un lado u otro de la mesa. Vivir con presencia el momento en que ocurren las cosas. Con un paso consciente, primero un pie y luego el otro, con atención para no caer.
¿Te apuntas?